El bello cristianismo del Papa

Traigo a mi blog el excelente artículo de Julián Carrón, Presidente de Comunión y Liberación, que ha publicado hoy El Mundo. Reconozco que ha sido una sorpresa para mí encontrarme un escrito de Carrón en un periódico como éste. Con motivo de estas fechas navideñas, creo que las reflexiones de don Julián sobre la Navidad ayudarán a muchos no creyentes a comprender lo que significan estas fechas:

El bello cristianismo del Papa
JULIAN CARRON

Todos confusamente un bien seguimos / donde se aquiete el ánimo, y lo ansiamos; / y por lograrlo combatimos todos». La genialidad de Dante ha sabido expresar mejor que nadie la espera que constituye el corazón de cada uno de nosotros. Todos secretamente esperamos, a veces casi con vergüenza de confesárnoslo a nosotros mismos, este bien en el que nuestra alma se aquiete. Es como si tuviéramos que hacerlo furtivamente, a escondidas de nosotros mismos y de los demás, como para defendernos. Hasta tal punto es impopular, políticamente incorrecto, confesarse a uno mismo la propia necesidad humana. ¿Por qué?

Porque «todo conspira para callar de nosotros, un poco como se calla / tal vez, una vergüenza, un poco como se calla una esperanza / inefable» (Rilke). La pretensión de cualquier tipo de poder es la de expropiar al hombre de su propia experiencia, aquélla que es más nuestra, aquélla que coincide con nuestras entrañas.Su pretensión es tan fuerte que no se conforma con menos de todo: quiere el alma. Y desgraciadamente encuentra en nosotros, tantas veces, un aliado oculto. Tanto es así que también a nosotros nos parece a veces que la realidad de nuestro ser no es más que un sueño. Para poder mirar a la cara al propio corazón es necesario un «yo» como el del poeta Antonio Machado: «¿Mi corazón se ha dormido? / No, mi corazón no duerme. / Está despierto, despierto./ Ni duerme ni sueña, mira, / los claros ojos abiertos, / señas lejanas y escucha / a orillas del gran silencio».

¡Pero no es un sueño! Mi corazón está despierto, despierto si digo «yo» con toda la lealtad de la que soy capaz, con toda mi capacidad de sinceridad, con una ternura como la de mi madre cuando me abrazaba de pequeño. Sólo esta ternura hacia nosotros mismos nos permite abrazar nuestra humanidad en toda su amplitud.Y nos damos cuenta de que el corazón «ni duerme ni sueña, mira, / los claros ojos abiertos, / señas lejanas y escucha / a orillas del gran silencio». Este es el culmen de la razón: llegar al gran silencio, es decir, al Misterio. Frente a éste sólo nos queda mirar con los ojos abiertos de par en par esperando un signo desde la otra orilla. La Navidad es el signo que todos esperábamos, más o menos confusamente, de parte del gran silencio que es el Misterio. Es el cumplimiento imprevisto de este deseo.«El Verbo se ha hecho carne». El Misterio se ha hecho uno de nosotros. Ha llegado a nuestra orilla. Ha sido, y es, una sorpresa.Como lo fue para María, para José, para los pastores y los Reyes Magos.

Con la Navidad ha entrado para siempre en la historia una Presencia que trae consigo una novedad que ningún poder puede eliminar.«Alguien nos ha sucedido», decía Mounier. Corresponde de tal modo a la espera del corazón que jamás podrá ser derrotada. La fascinación que provoca es tal que sólo quien se empeña en no reconocerla puede permanecer impermeable a su atractivo.

Ante este hecho resultan patéticos todos los intentos de confinar la Navidad dentro de los fenómenos mistéricos o virtuales de la imaginación religiosa del hombre, que no tienen nada que ver con la realidad de la vida diaria. No es sino el intento de encerrarla en el mundo de los sueños.

¿Por qué no es un sueño, como, de hecho, no lo fue hace 2.000 años? Porque su Presencia sigue actuando en medio de nosotros.«La fe cristiana es la modalidad subversiva y sorprendente de vivir las cosas de todos los días», decía Don Giussani. Nosotros verificamos que Cristo es real, que está presente, porque él cambia las cosas que más se resisten a cualquier tipo de cambio: las cosas de todos los días. La intensidad de vida, la vibración inefable y total ante las cosas y las personas, la densidad del instante en una época en la que todo está achatado, es lo que nos convence de que Péguy tenía razón cuando escribía: «El está aquí. / Está como el primer día. / Está entre nosotros como el día de su muerte / Eternamente todos los días. / Está aquí entre nosotros durante todos los días de su eternidad».

El cristianismo es sencillo, está al alcance de cualquiera. Basta ceder a su atractivo vencedor. Al igual que los pastores, que permanecerán para siempre en la historia como prueba de que el cristianismo es sencillo. Basta tener la sencillez de reconocerle.

El está aquí. Lo documenta de forma meridiana el papa Benedicto XVI, que nos desafía continuamente testimoniando la belleza de ser cristianos y la alegría de vivirlo, testimoniando que no necesitamos del mal para ser felices, que el aburrimiento se vence únicamente si dejamos entrar a Cristo en nuestra vida.¡Qué responsabilidad tan grande tenemos los cristianos: sostener su desafío, testimoniando en nuestra vida la verdad de sus palabras!

Gracias.

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