Admirable entrega de vecinos y profesionales de la lucha contraincendios

Dos motivos de orgullo para España bajo el humo de los incendios forestales de Galicia

Ayer estuve en la localidad gallega de Sotomayor y en la vecina parroquia pontevedresa de Puente Sampayo, ambas asoladas por sendos incendios forestales, seguramente provocados.

Como cualquier gallego, lo primero que siento al ver un incendio forestal es una mezcla de tristeza y de enfado. Tristeza porque veo que se pierde una parte de esa riqueza natural que se nos ha otorgado y que hace de Galicia una de las comunidades más bellas de España. Y enfado porque en la amplia mayoría de los casos estos incendios son provocados por desaprensivos a los que no les importa destruir lo que es de todos y amenazar las vidas y propiedades de vecinos, y también las vidas de los bomberos que acuden a apagar las llamas. No soy ecologista, pero me considero un amante de la naturaleza y me duele ver quemados árboles a los que les ha costado décadas crecer, me duele ver bosques convertidos en montones de ceniza, y montañas bañadas en humo que ya nunca serán un hogar para los animales que las habitaban ni un lugar acogedor para las personas que las apreciábamos. Me cuesta entender que haya gente que quiera arruinar todo esto , pero la especie humana, capaz de los logros más asombrosos y de las hazañas más admirables, tiene también en su seno a garbanzos negros capaces de las cosas más ruines.

Con todo, no quiero dedicar esta entrada a esa gente ruin. Antes bien, ayer me topé bajo el humo con esa faceta de mi pueblo que le hace crecerse y dar lo mejor de sí mismo ante la adversidad. En el puente de Arcade, sobre el río Verdugo, la gente paraba sus coches y miraba hacia la montaña con cara de preocupación. No estaban buscando pokémones. Veían a su tierra arder y no podían ceder a la indiferencia. Al anochecer, en Puente Sampayo, los vecinos se apresuraban a echar una mano a los exhaustos bomberos en su combate contra un infierno que consumía un bosque a pocos metros. Señoras curtidas en la vida del campo tiraban de una manguera para que el agua corriese en dirección a las llamas. Cerca de allí, un paisano se dirigía con dos botellas de agua para los que combatían el fuego. La dueña de una casa próxima al incendio nos preguntaba cómo estaba la cosa, una pregunta a la que no sabes cómo responder, porque no quieres mentirle, pero a fin de cuentas, ¿qué le dices a una mujer que esa misma noche podría quedarse sin casa? Yo en su lugar estaría histérico, pero ella mostraba una tranquilidad que no entendería alguien que no haya conocido a alguno de los gallegos que surcaron medio mundo en busca de su porvenir, afrontando sin rechistar todo tipo de dificultades, maltratos e incomprensiones.

En la costa otros seguían las evoluciones de los hidroaviones del Ejército del Aire y de los helicópteros de la Xunta de Galicia que recargaban agua para apagar los incendios forestales. Las tripulaciones de esas aeronaves dieron ayer todo de sí hasta el ocaso y más allá, haciendo arriesgadas maniobras para amerizar en la Ensenada de San Simón y recargar agua sin alejarse más de lo necesario, para conseguir vencer lo antes posible esta guerra al fuego. Es muy posible que muchos de esos pilotos no sean gallegos, pero verano tras verano les debemos la conservación de buena parte de nuestros bosques. A ellos y a los bomberos y miembros de la Unidad Militar de Emergencias que, ya caída la noche, aún seguían allí combatiendo al fuego.

Hoy podría quejarme de los incendios y de quienes los causan, pero me niego. El fuego y los incendiarios no van a ganar esta batalla, porque tienen un enemigo formidable. Ese enemigo es capaz de sofocar un incendio en Cotobade e irse, sin descansar, a apagar los incendios más próximos, como hizo anteayer la gente de la UME y los bomberos civiles de la zona. Ese enemigo es capaz de ponerse un pañuelo en la cara y, con lo puesto, ponerse a echar una mano a las brigadas de extinción, para que el trabajo les sea más leve. Ese enemigo ve su casa amenazada por las llamas y no pierde los nervios. Ese enemigo lo forman, por un lado, los profesionales que luchan contra el fuego más allá de lo que dicta el sueldo, a menudo arriesgando su vida para que las vidas y los hogares de otros no sean pasto de las llamas; y por otro lado, los paisanos cuya sangre hierve ante la amenaza con la misma fiereza y determinación que mostraron hace dos siglos los gallegos en Puente Sampayo, cuando sin medios y en batalla desigual pusieron en fuga al Ejército de Napoleón. Dos motivos de orgullo para España, incluso cuando todo invita a la tristeza y al enfado bajo este apestoso humo de los malditos incendios forestales.

P.D.: aquí podéis ver la serie de fotos que hice del incendio de ayer.

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Comentarios:

  1. pacococo

    El ser humano es así. siempre estamos criticando lo malos que somos y es cierto, pero también somos capaces de las mejores cosas, especialmente cuando hay una emergencia.

    ¿con cual faceta nos quedamos? Con las dos, los humanos somos capaces de todo, desde las más altas cumbres a las más bajas cloacas. No sé si es una suerte o una desgracia contemplar a las personas en la cumbre. Lo digo porque dentro de la desgracia del incendio, viste a personas dándolo todo y más.

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