Primavera de 2002

Saqué esta foto hace tres años, en primavera, en la falda norte del monte del Castro, en Vigo. Era un día lluvioso, pero empezaba a salir el sol. Recuerdo que algo me llamó la atención de una pared. Era una pintada hecha por algún adolescente, una expresión inocente de cariño lanzada a su novia. Me llamó la atención, a decir verdad me hizo cierta gracia. Soy de la idea de que hasta en las cosas más aparentemente feas, como una pared desconchonada con una pintada mal escrita, pueden encontrarse muestras de belleza. No tal vez de la belleza esteticista que entiende mucha gente, sino de la belleza profunda de las cosas, de esa parte del infinito, llena de vida y de significado, que en el fondo somos todos y todo lo que nos rodea. Cuando me disponía a echar la fotografía, el sol empezó a salir sobre el muro. ¿Tú crees en las casualidades? Pues yo no. Creo que se dio cuenta y me hizo un guiño. Considéralo una ilusión, pero ¿por qué no? A fin de cuentas, el sol, la luz, la vida que despiertan en nosotros, ¿no son también, acaso, porciones aún más valiosas de ese infinito del que formamos parte? Piénsalo.

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