Hace un rato, vía Luis del Pino, me he enterado de la muerte del historiador Ricardo de la Cierva. Una triste noticia que me anima a plantar todo lo que estaba haciendo y dedicarle estas líneas.
No voy a relatar aquí su biografía porque es fácil de encontrar. En Actuall y el Libertad Digital podéis leer sendos artículos al respecto. Lo que me toca añadir a mí es mi punto de vista como lector. Empecé a comprar libros de don Ricardo hace más de dos décadas, ya que desde niño me ha interesado mucho la historia. Una de las características de las obras de este hombre es que tenían un acompañamiento documental que resultaba espectacular. Su extensa bibliografía debe ser sólo la punta del iceberg del enorme archivo del que debía disponer sobre temas muy variados. Acerca de una de las cuestiones que más me interesa desde hace muchos, la historia de la Orden del Temple, don Ricardo escribió uno de los mejores libros -sino el mejor- que he leído al respecto: "Templarios: la historia oculta", publicado por la Editorial Fénix en 1998.
Precisamente el origen de la Editorial Fénix resulta significativo a la hora de hablar de él: don Ricardo la fundó cuando prácticamente se le cerraron las demás puertas para poder publicar. Las causas las puede entender cualquiera que leyese el artículo de Francisco José Contreras que publiqué aquí hace dos meses. En una España donde se ha impuesto una lectura oficial sobre la Guerra Civil y el franquismo que se corresponde con la que sostiene la izquierda, cualquier lectura alternativa se ha visto sometida a la muerte civil del que la proponía. Con don Ricardo tenían un problema doble: no sólo se debía a la verdad con un fervor que ya quisiera encontrar en muchos historiadores izquierdistas (en especial en algunos tan mediocres como Preston o Gibson), sino que además él mismo había visto a su propia familia desangrada por esos crímenes que la izquierda oculta con un celo repugnante. Su padre, Ricardo de la Cierva y Codorníu, fue asesinado por los rojos en Paracuellos.
Hoy algunos le acusan de ser partidario de la necesidad de la Guerra Civil -eso leo en Libertad Digital-, que es, en realidad, como acusarle de ser partidario de que media España no se dejase exterminar sin más por la otra mitad en el empeño de ésta de convertirnos en un satélite de la URSS. Yo nací pocos días después de la muerte de Franco. He crecido en una España sin guerra ni dictadura, y desde luego no hay cosa que más me aborrezca que la idea de ver a compatriotas matándose entre sí o sometidos a un régimen autoritario. El caso es que hoy en día se nos dice, e incluso se nos impone a golpe de ley, que en la Guerra Civil combatieron dos bandos: uno bueno y otro malo, y que en el bueno había gente la mar de adorable que se dedicaba a masacrar a religiosos y a laicos católicos, pero porque algo habrían hecho. Insisten en borrar todo rastro que recuerde aquellos crímenes, al mismo tiempo que se nos recuerdan sin cesar los perpetrados por el bando nacional. Creo que un mínimo de honestidad intelectual exige abordar algo tan dramático como la Guerra Civil Española reconociendo que ambos bandos cometieron crímenes horrendos, y que el hecho en sí debería servirnos como enseñanza de lo que puede ocurrir cuando una parte del país se sube a la idea de machacar a la otra parte, bajo el pretexto de haber ganado unas elecciones.
Ricardo de la Cierva desmontó sin piedad esa mentira oficial que se nos ha impuesto, y el castigo fue ver como declaraban su muerte civil, como le convertían en un apestado, en un proscrito, en la víctima de un mecanismo de censurar ideas incómodas que cada vez se parece más a la ley de ostracismo de la antigua Grecia. Por supuesto, uno podía estar de acuerdo o no con los planteamientos de don Ricardo, pero cabe preguntarse qué dirían algunos si el silenciamiento al que fue sometido se hubiese dictado sobre tantos que hoy justifican, sin ruborizarse, la revolución bolchevique, las dictaduras comunistas y el régimen chavista, e incluso lucen retratos de un sicario como el Che Guevara como si se tratase de un héroe democrático. Yo, insisto, no he conocido la dictadura franquista, y no me gustaría vivir bajo un régimen como ése, pero no dejo de comprobar cómo en esta democracia que tenemos, en la que en teoría existe la libertad de expresión y ésta se respeta incluso para defender el asesinato de inocentes en el vientre materno, alguien puede ser sometido al ostracismo no sólo por sostener una lectura histórica tan legítima como la de Ricardo de la Cierva, sino por el mero hecho de defender la libertad de idioma, el derecho a vivir de los niños por nacer, el matrimonio como unión entre hombre y mujer y tantas otras cuestiones que también han sido desterradas del debate público por nuestra casta política y mediática. Precisamente eso hace más valiosa la labor que desarrolló don Ricardo, porque la hizo luchando contra una mordaza mediática y editorial, y sin perder nunca su amor por la verdad. Mi reconocimiento desde aquí como lector de muchos años. Descanse en paz.
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Comentarios:
Pelayo
Buena necrológica. Comparto la admiración por don Ricardo de la Cierva por motivos parecidos. Descanse en Paz después de una larga y fecunda vida.
6:22 | 20/11/15
Luis
Magnifico historiador y mejor persona. Uno de los problemas más serios que tiene España es la ausencia de un debate público y riguroso sobre la guerra civil. Debate al que Don Ricardo contribuyó como pocos aunque siempre silenciado con burdas descalificaciones en lugar de argumentos.
Descanse en la paz del Señor.
21:18 | 20/11/15
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