Logró salvar las vidas de más de 11.000 adversarios políticos en la Guerra Civil

Melchor Rodríguez: un buen hombre al que se deberían dedicar las calles de Carrillo y Nelken

Tal vez algunos lectores se extrañen de que un bloguero liberal-conservador y católico reivindique a un anarquista. Lo hago porque Melchor, apodado "El Ángel Rojo", fue una buena persona.

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Un hombre que aportó decencia y humanidad en medio de tanta sinrazón

Hace tiempo que quería dedicarle una entrada a este personaje, al que hace tres años cité aquí como una de esas personas de diversas ideologías que pusieron una pizca de decencia y de humanidad en medio de tanta sinrazón como la que inundó España durante la Guerra Civil. Aunque a menudo parece que la historia se haya olvidado de él, su nombre merece figurar junto a los de otros personajes tan famosos como Oskar Schindler y Ángel Sanz Briz, que lograron salvar las vidas de miles de judíos en la Segunda Guerra Mundial.

Su origen humilde y sus inicios en el sindicalismo anarquista

Melchor vino al mundo en Sevilla, en el barrio de Triana, un 30 de mayo de 1893. Era hijo de una familia muy humilde. Su padre, Isidoro, trabajaba como maquinista en el puerto de esa ciudad andaluza, y su madre, María, era empleada de una fábrica de tabacos. Melchor tenía dos hermanos, y de niño estudió en el Hospicio Provincial y fue monaguillo. Cuando tenía 13 años, su padre murió a causa de un accidente laboral en los muelles del Guadalquivir. Su familia quedó en la miseria y él tuvo que abandonar la escuela para trabajar como calderero. De joven probó suerte con la tauromaquia para intentar conseguir dinero para su familia, llegando a torear en diversas plazas. En 1918 sufrió una cogida cuando toreaba en la Plaza de Toros de Tetuán, en Madrid, y finalmente se alejó de los ruedos, empleándose como chapista en la capital de España. Fue allí donde empezó su militancia sindicalista, primero en la Unión General de Trabajadores (UGT, socialista) y después, ya en 1920, en la Confederación Nacional del Trabajo (CNT, anarquista).

Melchor Rodríguez en la Cárcel Modelo de Madrid en 1932. El dirigente anarquista acabó en prisión numerosas veces durante cuatro regímenes distintos: la monarquía, la dictadura de Primo de Rivera, la Segunda República y el franquismo.

Un anarquista pacifista y anticomunista

A diferencia de otros anarquistas, que eran partidarios de la violencia y del terrorismo, Melchor apostó siempre por un anarquismo pacifista y humanitario, además de anticomunista. Tenía un lema que ojalá hubiesen asumido muchos más en los años turbulentos que le tocó vivir: "Se puede morir por las ideas, matar nunca". Su militancia le llevó a conocer las prisiones numerosas veces desde dentro, siendo encarcelado más de 30 veces durante la monarquía, la dictadura de Primo de Rivera y la Segunda República. Esa experiencia le llevó a luchar por los derechos de los presos con independencia de su ideología. Durante la República tuvo enfrentamientos con los comunistas. El mayor de ellos empezaría el 10 de noviembre de 1936, cuando Melchor fue nombrado Delegado Especial de Prisiones de Madrid tres días después de iniciarse la masacre de Paracuellos de Jarama, unos crímenes que se iniciaron pocas horas después de que el dirigente comunista Santiago Carrillo fuese nombrado Consejero de Orden Público de la Junta de Defensa de Madrid. Melchor intentó frenar la matanza, pero diversas presiones le llevaron a dimitir cuatro días después de recibir el cargo. La masacre acabó provocando una protesta del cuerpo diplomático, y ante ella el 4 de diciembre Melchor fue nombrado Delegado General de Prisiones del Ministerio de Justicia, entonces en manos del también anarquista Juan García Olider.

Melchor arriesgó su propia vida para salvar las de sus adversarios

El nombramiento de Melchor para ese cargo puso fin de forma inmediata a la masacre de presos políticos que estaban perpetrando Carrillo y los suyos. Eso llevó a Melchor a un nuevo enfrentamiento con los comunistas, en el que llegó a arriesgar su vida para impedir que continuase la masacre de Paracuellos. Entre otras medidas, Melchor decretó un toque de queda en las prisiones, por el que quedaba prohibida la salida de prisioneros por la noche sin la autorización expresa del Delegado de Prisiones. Melchor sabía que las sacas se estaban haciendo por la noche y esta medida puso fin a esos asesinatos. El 8 de diciembre de 1936 Melchor no dudó en enfrentarse a milicianos armados que querían sacar a presos políticos de la prisión de Alcalá de Henares para asesinarlos. Melchor llegó a dar orden de que se entregasen armas a los reclusos para poder defenderse en caso de que los milicianos asaltasen la prisión. En otras ocasiones, Melchor ofreció salvoconductos de la CNT y pasaportes para poner a salvo a personas perseguidas, logrando en algunos casos refugiarlas en varias embajadas y hasta llevarlas a Francia, recorrió las chekas para rescatar a prisioneros e incluso refugió a decenas de personas en el palacio de los Marqueses de Viana, que había incautado con la excusa de usarlo como residencia personal, pero que en realidad convirtió en un refugio para perseguidos (el marqués dio fe tras la guerra, por cierto, de que en ese palacio Melchor no robó "ni una cucharilla de plata").

Melchor Rodríguez (en el centro, sentado tras la mesa) acompañado de sus colaboradores de la Delegación General de Prisiones en 1936. Gracias a su acción se detuvieron las matanzas de presos políticos iniciadas por los comunistas en Madrid con la masacre de Paracuellos de Jarama.

Logró salvar a más de 11.000 presos políticos y fue el último alcalde republicano de Madrid

Se estima que con sus heroicas acciones logró salvar las vidas de más de 11.000 personas. Una cifra sorprendente, que demuestra hasta qué punto Melchor Rodríguez se tomaba en serio su compromiso de defender la vida humana. Lamentablemente, su enfrentamiento con los comunistas acabó costándole su destitución el 1 de marzo de 1937, siendo después encargado de los cementerios de Madrid. El 28 de febrero de 1939 el Coronel Segismundo Casado nombró a Melchor alcalde de Madrid. Fue el último alcalde republicano de la Villa y Corte. En los últimos días antes de la llegada de las tropas nacionales a Madrid, Melchor pudo haber huido, como muchos otros, a la zona republicana, pero no quiso. Se quedó en la ciudad para evitar más desmanes y más derramamientos de sangre, y la entregó a los nacionales con los ojos llenos de lágrimas.

"Simplemente era mi deber. Siempre me vi reflejado en cada preso"

Unas semanas después del final de la guerra, el diario derechista Ya le entrevistó, señalando que Melchor Rodríguez "desde su puesto de director de Prisiones de la región del Centro, defendió valientemente a miles de nacionales encerrados en las cárceles rojas". Preguntándole por qué siendo anarquista salvo la vida a tantos presos del bando contrario, él contestó: "Simplemente era mi deber. Siempre me vi reflejado en cada preso. Cuando me encontraba en la cárcel, pedí protección a los monárquicos, a los derechistas, a los republicanos... a aquellos que se encontraban en el poder; entonces me consideré obligado a hacer lo mismo que había defendido cuando yo mismo estuve recluido en las cárceles, es decir, salvar la vida de estas personas". En aquella entrevista reconoció, sin exagerar lo más mínimo, que "a menudo me arriesgué a perder la vida propia por salvar las de otros. Muchas veces en mi propio despacho me apuntaron al pecho con el cañón de un revólver. Salía del problema echándole valor. Cuando regresé a Madrid después de haber salvado de la muerte a 1.532 presos en Alcalá, tuve que escuchar unos tremendos insultos y amenazas de jefes de relevancia que hasta llegaron a acusarme de ser un fascista". Así mismo, el dirigente anarquista explicaba así por qué no huyó a la zona republicana al final de la guerra: "¿quién se hubiese preocupado de los 12.000 presos que había en las cinco cárceles de Madrid, y de los 1.500 en la de Alcalá, de las 28 personas escondidas en mi casa y de muchas, muchas más? Solamente yo podía hacer esto".

Melchor Rodríguez en plena guerra junto los dramaturgos Serafín y Joaquín Álvarez Quintero, dos de los presos cuyas vidas salvó.

Su injusta condena por el franquismo, su vida tras la guerra y las críticas de Carrillo

Tristemente, su heroico comportamiento no le libró de ser nuevamente detenido al final de la guerra. Fue juzgado dos veces y condenado a muerte por un tribunal militar. Una grandísima injusticia. En su defensa se recogieron miles de firmas de los presos a los que había salvado, entre ellos los dirigentes falangistas Raimundo Fernández Cuesta y Rafael Sánchez Mazas y el Teniente General Agustín Muñoz Grandes. A causa de ello, la condena a muerte le fue conmutada por 20 años de prisión, quedando en libertad finalmente en 1944. Después le ofrecieron formar parte de los sindicatos franquistas, pero lo rechazó. Residió, significativamente, en la calle Libertad de Madrid, fue vendedor de seguros de La Adriática y siguió siendo, hasta el final de sus días, miembro de la CNT, militancia que le conllevaría nuevas entradas en prisión. Continuó también con la labor a la que había dedicado tantos esfuerzos antes y durante la guerra, pero esta vez ayudando a los presos políticos del franquismo.

Por su parte, y tal vez para justificarse a sí mismo por los hechos execrables que cometió, Carrillo nunca dejó de calumniarle, acusándole de ayudar a la "quinta columna" (como se llamaba a los partidarios del bando nacional que hacían acciones de sabotaje, inteligencia y ayuda a perseguidos en la retaguardia republicana). El dirigente comunista nunca fue capaz de entender el humanitarismo de Melchor.

Melchor Rodríguez después de la Guerra Civil. Hasta su muerte continuó fiel a sus ideales anarquistas y siguió trabajando para ayudar a los presos políticos, en ese caso a los del franquismo, como ya había hecho con los de la dictadura de Primo de Rivera y los de la Segunda República.

Anarquistas y falangistas lloraron juntos por él en su funeral

El 7 de febrero de 1972 Melchor sufrió un desvanecimiento cuando estaba en su domicilio a causa de un problema renal. Fue llevado al Hospital de la Beneficencia General del Estado (hoy Hospital de la Princesa), donde falleció el lunes 14 de febrero. Antes de fallecer, su amigo Javier Martín Artajo, antiguo diputado de la CEDA, pudo hablar con Melchor e hizo un trato con él: el anarquista besaba la cruz y el derechista se comprometía a ponerse una corbata anarquista. Así fue. Melchor fue enterrado en el Cementerio católico de San Justo, en Madrid. Martín Artajo cumplió lo prometido y acudió al funeral de su amigo con una corbata roja y negra (los colores de la bandera anarquista). A aquel entierro acudieron anarquistas y falangistas sin que se produjese ningún incidente. Sobre el ataúd de Melchor Rodríguez había una cruz y la bandera anarquista, y en un momento del funeral empezó a sonar una canción entonces prohibida en España: "Negras tormentas agitan los aires, nubes oscuras nos impiden ver..." Era el "A las barricadas", himno de la CNT. Ninguno de los falangistas allí presentes emitió ninguna protesta, y los anarquistas que asistieron al sepelio tampoco protestaron cuando se rezó un Padre Nuestro por su compañero fallecido. Unos y otros lloraron juntos por Melchor aquel día.

El 3 de marzo de 1972, Luis Vera Solano, veterano requeté de la Guerra Civil, dedicó a Melchor un obituario en el diario Abc en el que le calificaba como "un hombre bueno", y al mismo tiempo se lamentaba porque "muchos de «sus presos», como él nos llamaba, nos enteramos de su fallecimiento después de haberse efectuado su entierro, por lo que no pudimos acompañarle a su última morada; pero todos hemos rezado por su alma, aun teniendo el convencimiento de que Dios lo tendrá a su lado, sobre todo por el gran amor que tuvo a su prójimo".

La placa colocada en el barrio de Triana, en Sevilla, en honor a Melchor Rodríguez en 2009. Es uno de los escasos reconocimientos institucionales de los que ha sido objeto (Foto: CarlosVdeHabsburgo / Wikimedia).

Criminales como Carrillo, Nelken y Companys reciben hoy más homenajes que Melchor

Como ya señalé aquí a comienzos de este mes, 20 localidades españolas dedican calles a Margarita Nelken, chekista del PSOE y responsable de crímenes de guerra en la retaguardia del bando republicano. Entre las ciudades que la homenajean en su callejero se encuentran capitales como Madrid, Santiago de Compostela, Granada, Vitoria y Zaragoza. Santiago Carrillo tiene una avenida en Dos Hermanas (Sevilla), un paseo en Getafe y una calle en Gijón. A su vez, y a pesar de haber ordenado ejecuciones y de haberse producido más de 6.000 asesinatos bajo su mandaro, Lluís Companys tiene un paseo en Barcelona, una avenida en Tarragona y calles en Gerona, Lérida, Salou, Arbós, Castellserá, Torregrosa y otras localidades catalanas. Sin embargo, y a pesar de la labor que hizo en defensa de los derechos humanos mientras los anteriormente citados los pisoteaban, Melchor Rodríguez sólo tiene una calle en Madrid y un pequeño callejón sin salida en Sevilla. Es como si los herederos políticos de quienes cometieron las atrocidades que él intentó detener se la tuviesen jurada para mantenerle en el ostracismo. Sirva esta entrada como una "calle" a su memoria en este blog, en el que desde una posición ideológica opuesta a la suya, quiero reivindicar el recuerdo de ese buen hombre. Descanse en paz.

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Comentarios:

  1. Pedro Jose Zamora Aragüez

    Deberías también publicar sobre otro gran hombre, el Tte Coronel de la Guardia Civil Antonio Escobar Huerta, otro dd los grandes hombres, católico y liberal, cuyos hijos combatieron con los Nacionales, y que permaneció leal por el juramento dado y por principios a la República, defendiendo y ganando psra ella Barcelona durante el alzamiento, llegó a ser general y a en el ejército Republicano, y por principios se negó a marcharse a Portugal cuando Yague le ofreció su avión, fue fusilado tras consejo de guerra, por un pelotón de la Guardia Civil, que el solicitó, y mandó, y que una vez muerto rindió honores, una de las más bonitas y desconocidas historias, que daría para una gran pelicula

  2. Pint

    Genial artículo y mal apodo «ángel rojo», porque no era «rojo» sino anarquista. Gran diferencia porque en general los anarquistas no fueron unos monstruos como los social comunistas . Es más, también fueron víctimas de los comunistas, pues donde podían, los comunistas asesinaban a traición a los anarquistas.

  3. Elena

    He leído el libro que sobre Melcbor Rodriguez escribió J. Luis Olaizola, y todo lo que en Internet hay sobre él.
    Vuestro trabajo sobre este hombre bueno refleja bastante bien la personalidad de este gran hombre
    El nieto de Amapola, su única hija vive en la plaza del Marqués de Vadillo de Madrid, junto al río Manzanares
    Que quiten a la Nelkken y a Carrillo de las calles de España y de Madrid, y haya más conocimiento entre los españoles «de a pie» de este gran hombre.

  4. Elena

    Me ha dicho mi hermana que está mañana desde Robledo, han ido a San Lorenzo del Escorial y que han aparcado enfrente de los jardines, antes de entrar en la lonja…
    Y le he dicho: Ah, ahí estudió Azaña con los frailes cuando era pequeño… y luego, al comenzar la guerra tres o cuatro frailes fueron a pedirle ayuda… Azaña puso a su disposición un coche con conductor para que fueran a Valencia…
    Y como venía a cuento he hablado a mi hermana de «El Ángel Rojo», pero antes de contarle el caso, he contado con mucho detalle quién fue Melchor Rodriguez… y el caso parecido a lo de Azaña, fue que «La Pasonaria» le envió una nota cuando Melchor estaba en el Palacio de Viana en la que ponia: «quiero enviarte a 6 monjitas que tengo aquí, porche de los otros no me fio»…

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