Miedo a la libertad


En toda mi vida recuerdo haber estado tres veces en el País Vasco. La primera vez era yo tan pequeño que ya ni me acuerdo. Las dos últimas fueron a la ida y a la vuelta de un viaje que hice a Francia con unos amigos. La última noche en el País Vasco la pasamos en un albergue de montaña, en una zona muy escarpada del interior de Guipúzcoa. Recuerdo que nos costó un montón llegar, el acceso era un camino de cabras, y además nos pilló una fuerte tormenta. Al día siguiente, amaneció un cielo soleado y pude contemplar en todo su esplendor la belleza de aquella montaña. Recordándola, entiendo el apego a la tierra que tienen los vascos, y me imagino la morriña -bueno, o como la llamen allí- que sienten los que se han tenido que ir lejos de su región natal por culpa de los asesinos y de quienes les apoyan.

Cuento esto porque lo que está pasando ahora en Cataluña me empieza a inquietar, y me veo en el mismo destino que esos exiliados vascos. A estas alturas de la película ya tengo más que claro que la hegemonía del nacionalismo y la falta de libertad son dos situaciones que van parejas, y asisto con preocupación a la estancia en el poder en mi propia tierra de un partido nacionalista radical, el BNG, a pesar de haber sido la fuerza menos votada en las últimas elecciones autonómicas.

Cuando he ido a Madrid, o he pasado por Castilla o he recorrido Asturias, me he dado cuenta de que hay cosas cotidianas que no podemos hacer en mi tierra desde hace tiempo. Por ejemplo, aquí poner una pegatina con la bandera española en el coche es arriesgarte a que te lo rayen o algo peor. Muchos coches en Vigo que llevan la "E" ovalada en fondo blanco, al carecer de matrícula europea por ser demasiado viejos, han sido objeto del ataque de los nacionalistas radicales, apareciendo cuanto menos con una pintada sobre la "E" para taparla. Los intolerantes no admiten el menor rastro de España, ni tan siquiera su letra inicial, incluso a sabiendas de que un coche español que no la lleve cuando pase la frontera -aquí tenemos muy cerca Portugal- puede ser multado.

Aquí, en los colegios, se imparte doctrina nacionalista ya desde hace años, cuando estaba el PP en la Xunta. Lo denunció en 2000 la Real Academia de la Historia. Se ensalza, por ejemplo, como referencia cultural y de pensamiento para los jóvenes gallegos a un personaje como Castelao (el de la foto), un radical de izquierdas y fanático nacionalista que lo mismo defendía que era legítimo disparar un tiro a los españolistas, que escribía soflamas antisemitas o loas a un genocida como Stalin. Al lado de éste, Sabino Arana era un corderito. En fin, podría seguir con ejemplos toda la noche...

Este mes empezará la movida del nuevo Estatuto gallego. Como freno a la deriva nacionalista del PSdeG -que cada día se parece más al PSC- y al radicalismo separatista del Bloque, sólo tenemos a un PP gallego gobernado por un tibio -chapado al estilo de Gallardón y de Piqué- como es Alberto Núñez Feijoo, que ya ha empezado el debate estatutario con muy mal pie. Este señor será el responsable de impedir que socialistas y bloqueiros hagan del nuevo Estatuto gallego un monumento a la imposición ideológica nacionalista de izquierdas, una pura réplica del nuevo Estatuto catalán. Es para echarse a temblar.

En fin, algún día me gustaría tener hijos, y verles creces en ésta mi querida terriña, de cuyas montañas, de cuyo mar y de cuyas Rías me siendo tan profundamente enamorado. Y empiezo a tener miedo, lo reconozco: miedo de quienes le tienen miedo a la libertad. No me imagino a mis hijos yendo a la escuela en una tierra donde las escuelas están tomadas por quienes quieren impedirnos hacer cosas que en el resto de España son de lo más cotidianas, por quienes te obligan a pensar como ellos quieren y no toleran a quienes pensamos libremente. Ha llegado el tiempo de luchar por mi mar, por mis montañas, por mis Rías... por mi libertad. No pueden caer en manos de unos matones, como ha pasado en el País Vasco y como está pasando ya en Cataluña. En Galicia, no. Aquí no les vamos a dejar.

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