No hay paz sin justicia, no hay justicia sin perdón


Era abril de 2003, hace ya tres años. Yo salía entonces a la calle a desgañitarme la garganta en las manifestaciones contra la guerra de Iraq. Una buena amiga me regaló por aquellas fechas un tríptico grande y vistoso que todavía guardo. La Asociación Cultural Atlántida y los de Comunión y Liberación Universitarios lo habían publicado con motivo de la exposición del Happening 2003. El tríptico llevaba por título: "No hay paz sin justicia, no hay justicia sin perdón. Juan Pablo II".

He pensado muchas veces en ese lema, sobre todo desde que ETA decidió declarar su última tregua-farsa. Me he acordado de todas las víctimas que han perdonado a los asesinos de sus seres queridos, o a los autores de sus heridas y mutilaciones, que no les odian, pero que no por ello renuncian a que la sociedad haga justicia con los criminales. Si hay dos cosas que me pasmaron el día que ETA dio a conocer su comunicado de "alto el fuego permanente" fue precisamente la arrogancia de la banda, afrontando la situación con condiciones y estableciendo planes políticos, sin reconocer ni asumir error alguno, sin pedir perdón a las víctimas, sin renunciar siquiera a la violencia ni hablar de la entrega de las armas... a menos que se pretenda, en el colmo del cinismo, que las víctimas asuman todo el peso del perdón mientras sus verdugos no asumen siquiera una leve rectificación.

Si desde el mismo día en que salieron esos encapuchados por la tele he estado convencido de que esta tregua nace viciada y con pie cambiado, es precisamente por la percepción de que no estamos ante un cambio como el que se produjo en el IRA cuando fue el propio Sinn Fein, su brazo político, el que le pidió que abandonase las armas. La sensación que tengo en este caso es la de ser un espectador de una obra de teatro en la que todo está en el guión, y en la que todos los actores quieren sacar tajada política del espectáculo. Y por supuesto, a las víctimas ya se han cuidado de echarlas del escenario antes del comienzo.

En el País Vasco no habrá paz de esta forma, desde luego. No puede haber paz si ésta pretende comprarse al precio de la impunidad de los terroristas. Y en todo caso, aunque haya justicia, ésta no traerá la paz mientras parte de los vascos sigan odiando a sus vecinos no nacionalistas, creyendo que son extranjeros que no tienen derecho a vivir en Euskadi, y considerando poco más que todos estos centenares de asesinatos han sido de buen provecho para conseguir la autodeterminación.

Por cierto, en relación con este asunto, recomiendo ver el excelente artículo de José Luis Restán, ayer, en Páginas Digital.

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